Vista parcial de Don Hueso desde Los Boquetes.
Así estaba el abrevadero de Cordolín. Al fondo, el espectacular paco.
El sábado 22 cazamos Don Hueso, en el monte de Loarre, con un frío tremendo. En los puestos de la umbría han debido pasarlo “en grande”.
Me toca soltar en el solano, encima del paso canadiense de la Vuelta de Los Mallos, para mirar el Corral de los Bueyes y La Paquiza mano a mano con Pepe Bosque. Como me sobra casi media hora hasta la suelta, bajo al Tino del remolque y me entretengo intentando localizar alguna entrada buena con la cuerda, para poder soltar sobre rastro.
El perro no tarda mucho en cortar un rastro. Lo quiere bien, y tras seguirlo treinta o cuarenta metros, cuando le retengo traílla al comienzo de la espesura lo fija latiendo con insistencia. Aunque me da la impresión de que va más de un jabalí, no puedo precisar número aproximado ni tamaño, porque el terreno está muy duro y helado.
A las 12:15 recibo la orden de soltar. Puestos los canes sobre la entrada, reconocen el rastro de inmediato yéndose todos tras él, aunque despacio y latiendo de manera intermitente. Transcurridos poco más de cinco minutos, el acercamiento se transforma en acoso violento sin solución de continuidad. No ha habido el típico y progresivo aumento de frecuencia e intensidad de voz conforme se van reduciendo distancias al encame, ni parado, ni levante.
La cosa no me gusta un pelo, ando con la mosca detrás de la oreja, y más todavía cuando a los dos minutos la Lista abandona la persecución y vuelve a mi encuentro. Al momento me avisan por la emisora que han visto un raboso volviéndose hacia atrás. Por lo que parece han debido cortar el caliente del zorro movido, que ha cruzado por encima del rastro bueno, o tal vez les ha pasado por delante de los bigotes. Total que pretendía lucirme y al final me caigo con todo el equipo. Es lo que tiene cazar con perros del montón. Y también lo que generalmente falla por aquí: se ven bastantes perros muy cazadores que le pegan a todo, pero no genuinos canes de jabalí, perros limpios que no quieran saber nada de ninguna otra pieza. Queda mucho camino por andar, al menos a un servidor.
Afortunadamente, en menos de diez minutos la cosa se tranquiliza, los perros regresan y vuelven a cortar rastro bueno doscientos metros más adelante. Los de Pepe, que ha entrado más bajo, también van alegres, se unen y al final levantamos una manada en el rallón que hay debajo del Corral de Los Bueyes. Los perros cazan con dificultad, pues el erizón, ayudado por el abrupto terreno, impone su ley. La cohesión brilla por su ausencia y parte del pelotón canino se descuelga: aquí solo quedan los mejores ........ o los menos malos. En la parte baja del resaque sujetan dos tocinos.
Erizón (echinospartum horridum). Aquí es donde se ven los buenos canes.
En La Paquiza volvemos a echar otra manada. Empiezan a salir jabalíes por todos los lados (uno casi se me lleva puesto) y nos quedamos otra vez sin perros. Abajo hieren una tocina grande, que Pepe cobrará con los perros al final del resaque, de vuelta al remolque.
Por cierto, si quieres café, toma dos tazas. Está visto que hoy no es mi día. Un rato más tarde me avisa Pierre Nipou por la emisora que acaba de cobrar una corza, y que han llegado tras ella tres niverneses y una anglo. Me dice que tranquilo, que no les ha dejado morder. Se nota que pone interés y sabe hacer bien las cosas.
En el Paco han cobrado cinco jabalíes, uno de ellos bastante grande y con buena boca. Creo que tres a los perros de Ginés, el grande una rehala que venía invitada, y otro ha llegado movido sin perros desde el monte de Rasal, donde estaban cazando los de Leiza.
Un buen jabalí, sin duda.
Recojo sin problemas. A las 16:30 tengo todos los perros a buen recaudo. Lo dicho: el erizón impone su ley.
El "secre" haciendo recuento tras la comida.
Nota: Las fotografías publicadas en esta entrada han sido amablemente cedidas por Angel Sánchez