por qué esta temporada no estoy colgando crónicas de las cacerías, como hacía el año pasado.
Pues en parte, porque con las obras de la perrera y otras cuestiones he ido bastante ajetreado durante los últimos meses, faltándome la tranquilidad y tiempo necesarios para sentarme a escribir. Pero también porque después de darle unas cuantas vueltas al asunto, he llegado a la conclusión, no sé si acertada o no, de haber podido ser malinterpretado por más de uno que haya entrado en este blog, viendo en mí un afán de presumir, de alardear contando batallitas, de “farolear” como decimos por aquí.
Nada más lejos de mi intención, y los que me conocen bien pueden dar fe de ello. Si algo me caracteriza, precisamente es que no tengo por costumbre andar presumiendo de buenos perros en tertulias de armería, barras de bar o sobremesas de cazadores (aparte de que no los tengo). Este comportamiento, harto frecuente y con numerosos practicantes, sencillamente me pone enfermo.
Lo único que pretendía era compartir mis experiencias con amigos allegados y personas afines a través de ese canal de relación humana tan directo, cómodo y rápido como es la web. Pero Internet también tiene sus inconvenientes, y uno de ellos es que en el momento que cuelgas algo, está al alcance de cualquiera, y no todo el mundo puede entender las cosas de la misma manera.
Una cosa es clara: perros buenos, pero buenos de verdad, son los menos y están al alcance de una selecta minoría, entre la que no me encuentro. Y me estoy refiriendo a reunir bajo un solo mando seis u ocho de esos canes. Lo normal es que la mayoría de la gente, al final de toda una vida de cazador, podamos contar con los dedos de las manos (y puede que hasta nos sobren unos cuantos) los perros realmente excelentes que hayamos tenido la suerte de disfrutar.
Otra cosa es que cualquiera podamos llegar a tener perros medio decentes, que cacen, que nos sirvan y cumplan su función (y también regulares, y malos……..) pero de ahí a lo otro, media un abismo.
En mi zona, no sé en otras, el nivel de calidad de los perros de jabalí cae en picado día a día, llegando en algunos casos a ser paupérrimo. Ando en la duda de si sus dueños no son conscientes de ello, o sí lo son pero prefieren engañarse a sí mismos cayendo en la cómoda poltrona (y a la vez tumba) del conformismo, pues no olvidemos que en esto de los perros de caza la autocomplacencia es la madre de la decadencia. Como te dediques a mirarte al ombligo, vas listo.
Según donde, cuando y con quien he coincidido, no es la primera vez que alguien ha alabado la supuesta calidad de mis canes al final de una cacería. Un servidor, consciente de ser poseedor de un equipo más o menos conjuntado pero de canes muy “normalitos”, siempre ha procurado restarle importancia al asunto recordándose a sí mismo que ese día se había cumplido el viejo adagio que reza “en el país de los ciegos el tuerto es rey”.
Otras veces, cuando he podido disfrutar viendo en acción a una jauría de buenos perros, me he dado cuenta realmente de mis carencias, de lo que me falta y de lo que me queda por andar. Y de que nunca puedes quedarte conforme ni darte por satisfecho, y de que siempre hay que dar otro paso adelante, un golpe de tuerca más.
Ese es el camino. Un camino que requiere esfuerzo, sacrificio, objetividad, inconformismo, autocrítica y pocos sentimentalismos. En ello estamos, otra cosa es hasta donde lleguemos.
Venga, no os aburro más con estas reflexiones. Seguiré contando cosas, pero de manera más aséptica e impersonal, y guardándome mis vivencias directas en vez de compartirlas como había hecho hasta ahora. Espero que me comprendais.
